Todo comenzamos el año, cada año, habiendo empleado el descanso de las fiestas para efectuar un repaso de nuestras debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades, y haciendo firme propósito de efectuar –esta vez, sí– un cambio. Estudiemos pues de cerca la fórmula exacta para abordarlo con garantías «el» cambio.
No hay duda: “cambio”, “cambiar”, “proceso de cambio”, “cambio personal”, “cambio en las organizaciones”… hablamos de un concepto que forma parte del día a día de las personas y de las empresas.
De hecho, en los libros de management abundan las frases sobre el cambio:
- «Nadie se baña en el mismo río dos veces, porque todo cambia: el río y uno mismo», dejó escrito el filósofo griego Heráclito de Éfeso.
- «Cuando no se puede lograr lo que se quiere, mejor cambiar de actitud», opinaba el autor latino Terencio.
- «El mundo que hemos creado es un proceso de nuestro pensamiento. Nada puede ser cambiado sin cambiar nuestro pensamiento», argumentó en su día Albert Einstein.
- «Debes formar parte del cambio que deseas ver en el mundo», según Mahatma Gandhi.
Y llevar a cabo una búsqueda en Internet, con la entrada “el cambio” arroja los siguientes resultados:
- Búsquedas en inglés sobre “change management”: 464 millones.
- Artículos en español “cambio organizacional”: 9 millones.
- Entradas relacionadas con “cómo cambiar de hábitos”: 75 millones.
A nivel personal, todos hacemos –al menos una vez al año– el “gran propósito” de mejorar: aprender inglés, cambiar de costumbres alimenticias, hacer deporte, dedicar más atención a la pareja, a los hijos… ¿Cuántos de estos buenos propósitos acaban convertidos en cambios reales? ¿Cuántos de ellos comenzamos y, poco tiempo después, abandonamos?
Un mundo en constante cambio
A nivel profesional, vivimos en un mundo VUCA: volátil, incierto, complejo y ambiguo; en el que el cambio es una constante. Las empresas necesitan reinventarse, acomodarse a los distintos retos derivados de las nuevas tecnologías. Conceptos como globalización, digitalización, descentralización… nos empujan a cambiar las organizaciones, las estructuras, las estrategias, las actividades… En definitiva, nos estimulan a cambiar para sobrevivir.
Entonces, si cambiar es tan importante para mantener la felicidad y la motivación en nuestras vidas personales y profesionales, ¿cuál es el motivo por el que nos resulta tan difícil cambiar? ¿Cuál es la razón por la que muchos cambios estratégicos para las empresas terminan siendo grandes fracasos?
Gracias a la neurociencia hemos descubierto que la forma en la que funciona nuestro cerebro tiene mucho que ver con el fracaso del cambio. Por un lado está el hecho de que nuestro cerebro es vago, y procura por todos los medios mantener los hábitos adquiridos, ya que esto le permite trabajar en “modo automático”, en lugar de invertir energía en crear nuevas formas de hacer las cosas.
En concreto, en el ámbito profesional, nuestro cerebro trabaja siempre en “modo supervivencia”, detectando cualquier situación que pueda resultar una amenaza para nuestra supervivencia… o para nuestro ego. Cambiar implica salir de nuestra zona de confort, supone hacer cosas nuevas, de forma diferente… con el riesgo asociado de fallar.
Entonces, si a pesar de querer cambiar el cerebro se opone desde el subconsciente, ¿cuáles son las herramientas de las que disponemos para poner en marcha un cambio? ¿Qué podemos hacer para ganarle la batalla a nuestro subconsciente?
Mucho se ha escrito, debatido y comunicado sobre este hecho… y de todo lo que he leído sobre cómo funcionan los procesos de cambio, y sobre qué hacer y cómo hacerlo para que llegue al éxito, me quedo con algo sencillo y poderoso. Nada más y nada menos que una fórmula matemática con la que encontrar la palanca desde la que activar cualquier cambio.
La fórmula para el cambio
Quiero aclarar, antes de nada, que no es mía, sino de Jim Dethmer y Diana Chapman. Según estos dos expertos, para que exista un C (Cambio) hemos de conseguir que el producto de la Insatisfacción (I) que sentimos y la Visualización (V) del nuevo estado resultante, más el imprescindible Primer Paso (P) que ha de ser mayor que la Resistencia (R) que provoca todo cambio. En símbolos matemáticos vendría a ser (VxI)+P>R
En primer lugar, es necesario trabajar para aumentar el valor de V (Visualización). Esto es, ¿cuál es el motivo fundamental por el que queremos cambiar? ¿qué implica el cambio para mi vida personal o profesional? ¿cómo me veo tras ese cambio? ¿cómo me veo: qué y cómo seré? ¿cuáles serán mis emociones en ese nuevo escenario? ¿cuál será mi nivel de felicidad y motivación gracias a él?
Y al mismo tiempo, conviene reconducir adecuadamente el grado de I (Insatisfacción). O lo que es lo mismo, ¿qué sentimos, como individuos o como organización, por el hecho de perpetuar la situación actual, si no somos capaces de cambiar? ¿cuál es la emoción que define mi situación actual? ¿cuál es la consecuencia de no hacerlo efectivo? ¿cómo será nuestra vida, personal o profesional, en seis meses si no hemos realizado el cambio?
Una vez potenciados estos valores, lo único que nos falta es dar el (P) Primer Paso. Los planes resultan geniales sobre el papel. Aunque, sin ese primer pequeño paso nada empezará a cambiar. ¿Qué será lo primero que haga para comenzar con el cambio? ¿Cuándo lo haré? ¿Con qué herramientas o apoyos voy a contar en ese primer escalón hacia el cambio?
Carlos Duarte es director en CommSense y Grupo Psico. Su dilatada experiencia profesional, así como su vasta y heterogénea formación, le capacitan para abordar con éxito cualquier necesidad de consultoría, de formación, y/o de perfeccionamiento profesional y personal (coaching), tanto de forma individual como con equipos de trabajo.